CÚMULO

La ceniza que se da, sirve como alimento

Cuando se está en el perímetro del volcán Popocatépetl siempre se pueden esperar dos cosas: ver las fumarolas cuando el cielo está despejado y la ceniza, que de tanto en tanto lo cubre todo y se infiltra en las casas y en los autos. Esa ceniza se vuelve un elemento cotidiano que debe ser barrido incontables veces para evitar que se sedimente de manera permanente en las superficies. Esa caída inevitable de ceniza también es aleatoria y nunca se sabe cómo se acumulará. Sin embargo, a este intruso inesperado se le puede controlar al darle una nueva forma estabilizándolo en un papel fotosensible, produciendo imágenes reconocibles a partir de esas partículas. Esto es precisamente lo que hace Gonzalo García al recoger la ceniza del volcán para producir imágenes utilizando ese material inestable.

Las imágenes hechas con ceniza que realiza Gonzalo son peculiares: manos en actitud de recibir, un pan de muerto, una botella de coca-cola. Todas ellas son imágenes que tiene que ver con la cotidianidad que ha encontrado en la residencia de Impronta y que son usadas solamente como un motivo. Así como la ceniza está potencialmente en todas partes, las imágenes que realiza con ellas son insistentes en esa cotidianidad.

La ceniza, que es resultado de un potencial peligro (la erupción fatal del volcán), también es un fertilizante natural de los suelos, convoca a una dualidad inevitable: la vida y la muerte. Pero también alude a la tensión entre lo cambiante y lo que persiste a pesar de todo. Tiene que ver con el tiempo y con la acumulación. Es una surte de intruso que es acogido y bienvenido para la producción de imágenes. Así, las obras de García piden ser consideradas como tiempos condensados en imágenes a partir de fragmentos. A la vez que son transitorias en su materia, son pura estabilidad en la técnica que las hace posibles. Estas imágenes son la ceniza que se da como una imagen.

Daniel Montero Fayad